Me acuerdo de los tiempos en que cada mañana al levantarme de la cama y me inclinaba sobre el lavabo para lavarme la cara, mi espalda gritaba de dolor. Al rato, al haber entrado un poco en calor andando por la casa se me pasaba pero aún notaba que la zona estaba sensible. Esto, por supuesto, era antes de haberme metido de lleno en el mundo del descanso y, como la mayoría, tenía un colchón «comercial» de una de una de esas marcas tan conocidas que casi todo el mundo tiene y que tanto invierten en publicidad. Hoy en día hay mucha más información en internet y es fácil encontrar opiniones de otras personas sobre casi cualquier modelo de colchón pero por aquel entonces uno hacía lo que podía. La cuestión era que me había gastado un montón de dinero en un colchón «bueno» y me dolía la espalda. El colchón tenía menos de 2 años por aquel entonces y no estaba hundido, al menos visiblemente, y al tumbarme me notaba recto pero me dolía la espalda. Era muy raro.